Festeja SEMAR en Veracruz 200 años de historia de la Armada

• No obstante, alejado de la cultura marítima, México celebra dos siglos de su Marina Armada • El 4 de octubre de 1821 se crea la Secretaría de Guerra para asuntos de mar y tierra • “Asia” y “Constancia” bajel y brick españoles, primeros barcos de la Armada de México en 1824 • Patentes de corso operaban desde 1813 en mares fronterizos del noreste de Nueva España • En 1825 con ayuda corsaria, México expulsa españoles; en 1991 con “Operación Corsario”, Salinas requisa el puerto de Veracruz

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Por Raúl Hernández Rivera

Veracruz, Veracruz, México, a 5 de octubre del 2021.- Con una muestra de las labores de búsqueda y rescate en el mar con la ayuda de un helicóptero y embarcaciones, así como un desfile en el malecón en el que participaron 2 mil 749 elementos de la Marina. Posteriormente, en la antigua fortaleza de San Juan de Ulúa se proyectaron videos, acompañados de la banda sinfónica de la Marina y fuegos artificiales, en vistoso acto de más de cuatro horas, la Armada de México conmemoró el lunes 4 de octubre 200 años de existencia. La ceremonia en el puerto de Veracruz fue encabezada por el presidente Andrés Manuel López Obrador como comandante supremo de las fuerzas armadas.

En un resumen histórico, el mandatario destacó las acciones de la Armada en la defensa del territorio ante los intentos de reconquista española, y en varios momentos históricos del país, así como en el auxilio a la población ante desastres naturales.

Almirante Secretario Rafael Ojeda Durán, Secretario de Marina

Nuestros soldados del mar conforman un agrupamiento que no tiene un carácter ofensivo, y que no ha participado nunca en incursiones contra otros países, sus misiones históricas principales han sido garantizar, junto con el Ejército y la Fuerza Aérea, la integridad territorial y la seguridad nacional al interior de México, subrayó.

Acompañado de su esposa, Beatriz Gutiérrez, el jefe de Ejecutivo presenció el desfile, junto con los presidentes del Senado y la Cámara de Diputados, titulares de varias secretarías y gobernadores de Veracruz, Oaxaca y Baja California Sur, así como funcionarios y representantes extranjeros invitados.

La ceremonia fue dividida en tres momentos. En el primero se llevó a cabo un simulacro de rescate en el mar. Luego, en el desfile, sobrevolaron nueve aeronaves coordinadas, incluidos cuatro helicópteros con banderas. Además, marcharon, junto con unidades blindadas de la dependencia, los integrantes del contingente naval que agrupó a integrantes de diferentes unidades y establecimientos, mismos que participaron en el desfile del 16 de septiembre en la Ciudad de México. Por la noche, se llevó a cabo la Ceremonia Oficial de los 200 años de la Armada con un mensaje del Almirante Secretario y palabras alusivas al festejo del aniversario de la institución a cargo del Presidente Andrés Manuel López Obrador en el Castillo de San Juan de Ulúa y cena de gala en el mismo lugar.

Un Drama en México

La obra de Julio Verne es de suyo, parte de la historia de la Armada de México no conocida y tampoco aceptada. El Barlovento difunde aquí algunos párrafos de la primera parte con el fin de dar a conocer la importante obra la cual puede leerse en su totalidad en la página web de El Barlovento.

Un Drama en México

Un drama en México es una novela corta escrita alrededor de 1845, por Jules Verne, pero publicada hasta 1851 en Musée des familles, seconde série, volumen 8, número 10 (julio de 1851), páginas 304-321. Contiene 3 ilustraciones por E. Forest y A. de Bar y posteriormente, como un complemento de la novela Miguel Strogoff en 1876 contiene 6 ilustraciones por Jules Férat. Es el primero de dos relatos de Julio Verne ambientados en México, pero este basado en un hecho real: la deserción de cuatro barcos de la armada española en 1825, el navío de línea Asia (con la advocación de San Jerónimo), bergantín Constante, bergantín Aquiles y corbeta de transporte Gavinton.

Julio Verne

I

Desde la isla de Guaján a Acapulco

El 18 de octubre de 1824, el Asia, bajel español de alto bordo, y la Constancia, brick de ocho cañones, partían de Guaján, una de las islas Marianas. Durante los seis meses transcurridos desde su salida de España, sus tripulaciones, mal alimentadas, mal pagadas, agotadas de fatiga, agitaban sordamente propósitos de rebelión. Los síntomas de indisciplina se habían hecho sentir sobre todo a bordo de la Constancia, mandada por el capitán señor Orteva, un hombre de hierro al que nada hacía plegarse.

Algunas averías graves, tan imprevistas que solo cabía atribuirlas a la malevolencia, habían retrasado al brick en su travesía. El Asia, mandado por don Roque de Guzuarte, se vio obligado a permanecer con él. Una noche la brújula se rompió sin que nadie supiera cómo. Otra noche los obenques de mesana fallaron como si hubieran sido cortados y el mástil se derrumbó con todo el aparejo. Finalmente, los guardines del timón se rompieron por dos veces durante una maniobra importante.

La isla de Guaján, como todas las Marianas, depende de la Capitanía General de las islas Filipinas. Los españoles, que llegaban a posesiones propias, pudieron reparar prontamente sus averías.

Durante esta forzada estancia en tierra, el señor Orteva informó a don Roque del relajamiento de la disciplina que había notado a bordo, y los dos capitanes se comprometieron a redoblar la vigilancia y severidad.

El señor Orteva tenía que vigilar más especialmente a dos de sus hombres, el teniente Martínez y el gaviero José.

Habiendo comprometido el teniente Martínez su dignidad de oficial en los conciliábulos del castillo de proa, fue arrestado varias veces y, durante estos arrestos, le reemplazó en sus funciones de segundo de la Constancia el aspirante Pablo. En cuanto al gaviero José, se trataba de un hombre vil y despreciable, que solo medía sus sentimientos en dinero contante y sonante.

Así, pues, se vio vigilado de cerca por el honrado contramaestre Jacopo, en quien el señor Orteva tenía plena confianza.

El aspirante Pablo era una de esas naturalezas privilegiadas, francas y valerosas, a las que la generosidad inspira las más grandes acciones.

Bajel español

Huérfano, recogido y educado por el capitán Orteva, se hubiera dejado matar por su bienhechor. Durante sus conversaciones con Jacopo, el contramaestre, se permitía, arrastrado por el ardor de su juventud y los impulsos de su corazón, hablar del cariño filial que sentía por el señor Orteva, y el buen Jacopo le estrechaba vigorosamente la mano, porque comprendía lo que el aspirante expresaba tan bien. De esta manera el señor Orteva contaba con dos hombres devotos en los que podía tener absoluta confianza.

Pero ¿qué podían hacer ellos tres contra las pasiones de una tripulación indisciplinada? Mientras intentaban día y noche triunfar sobre aquel espíritu de discordia, Martínez, José y los demás marineros seguían progresando en sus planes de rebeldía y traición.

El día antes de zarpar, el teniente Martínez estaba en una taberna de los bajos fondos con algunos contramaestres y una veintena de marinos de los dos navíos.

-Compañeros -dijo el teniente Martínez-, gracias a las oportunas averías que hemos tenido, el brick y el navío han tenido que hacer escala en las Marianas y he podido acudir aquí en secreto a hablar con ustedes.

-¡Bravo! -exclamó la asamblea al unísono.

-¡Hable, teniente, y háganos conocer su proyecto -dijeron entonces varios marineros.

-He aquí mi plan -respondió Martínez-. En cuanto nos hayamos apoderado de los dos barcos, pondremos proa hacia las costas de México.

Saben ustedes que la nueva Confederación carece de Marina. Comprará, pues, a ojos cerrados nuestros barcos, y no solamente cobraremos nuestro salario de esa forma, sino que lo que sobre de la venta será igualmente compartido por todos.

-¡De acuerdo!

-¿Y cuál será la señal para actuar simultáneamente en las dos embarcaciones? -preguntó el gaviero José.

-Se disparará un cohete desde el Asia -respondió Martínez-. ¡Ese será el momento! Somos diez contra uno, y haremos prisioneros a los oficiales del navío y del brick antes de que se hayan apercibido de nada.

-¿Cuándo se dará la señal? -preguntó uno de los contramaestres de la Constancia.

-Dentro de algunos días, cuando lleguemos a la altura de la isla de Mindanao.

Mapa Golfo de México y El CAribe

-Pero, ¿no recibirán a cañonazos los mexicanos a nuestros barcos? -objetó el gaviero José-. Si no me equivoco, la Confederación ha emitido un decreto por el que se someten a vigilancia todas las embarcaciones españolas y quizá, en lugar de oro, nos regalen una lluvia de hierro y plomo.

-Puedes estar tranquilo, José. Haremos que nos reconozcan, ¡y desde bien lejos! -replicó Martínez.

-¿Y cómo?

-Izando en lo más alto del palo mayor de nuestros bergantines el pabellón de México.

Mientras decía esto, el teniente Martínez desplegó ante los ojos de los rebeldes una bandera verde, blanca y roja.

Un sombrío silencio recibió la aparición del emblema de la independencia mexicana.

-¿Añoran ya la bandera de España? -gritó el teniente con tono burlón-

. ¡Pues bien, que los que experimenten tales añoranzas se separen de nosotros y viren de borda a las órdenes del capitán Orteva y del comandante don Roque! ¡En cuanto a nosotros, que no queremos seguir obedeciendo, sabremos reducirles a la impotencia! -¡Bien! ¡Bien! -gritó toda la asamblea unánimemente…

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La falta de cultura marítima, gracias a la madrastra España: Salgado y Salgado

En 1953, el Rey Felipe II prohibió la actividad marítima a los mexicanos, canceló con ello el desarrollo de una cultura marítima, afirma el Dr. José Eusebio Salgado y Salgado, catedrático retirado de la UNAM, autor de varios libros de los cuales destaca Manual de Derecho Marítimo.

“Por desgracia, el México Independiente nació mirando hacia la tierra a diferencia de las culturas prehispánicas, como los mayas que se iban bordeando toda la Costa Centroamérica hasta llegar al río San Juan de Nicaragua, remontando hasta el lago de Nicaragua y de ahí posteriormente al Océano Pacífico para llegar finalmente al Perú e intercambiar productos con los incas. También se iban al Tajin, entre Tecolutla y Nautla para comerciar con los Aztecas. Estos a su vez, también comerciaban con los incas, aunque ellos bajaban por lo que ahora ere el estado de Oaxaca.

“Si tenemos que buscar culpables de la falta de una cultura marítima y de toda la confusión legislativa, tenemos que señalar a España, la madrastra que nos divorcia del mar.

AMLO recibe objetos conmemorativos

“En 1953 el cabildo metropolitano, envió una carta al arzobispo de Sevilla, alarmadísimo por el ´excesivo lucro’ que había en el comercio que realizaban los mexicanos con Holanda, Francia y otros países y el auge con las otras colonias y del éxito con las muchas otras traídas de Oriente a través de la Nao de China. Así se explica la presencia de crucifijos de marfil y los grandes leones chinescos de la Catedral Metropolitana.

“La preocupación era evidente, el final de la misiva decía: ¿el peligro es que detrás de la independencia económica, viene la independencia política.

“El arzobispo de Sevilla le manda a su vez una carta al Rey Felipe II poniéndolo al tanto. Así, el 11 de enero de 1593, una real cédula establece la prohibición total a los mexicanos, a los indígenas, criollos y mestizos para dedicarse al comercio y transporte marítimo.

“Cuando los españoles se van el 27 de septiembre de 1821, se llevan toda su riqueza marítima. El mexicano no tuvo la visión de rescatar esa cultura del mar”, concluye el catedrático.

Al fin de la guerra de independencia, el gobierno entrante no supo rescatar todas las oportunidades comerciales que dejaban los españoles, ni siquiera pudieron establecer una marina mercante propia y expulsar los últimos españoles en territorio mexicano, lo hicieron con ayuda de corsarios norteamericanos.

El último comandante español

José Coppinger (Habana, Capitanía General de Cuba, Imperio español, 5 de abril de 1773 – Cárdenas, Cuba, Reino de España, 15 de agosto de 1844) fue un militar español oriundo de Cuba, pero de origen hispano-irlandés, con un destacado papel en la revolución hispanoamericana, que fue nombrado gobernador de la provincia de La Florida desde 1817 hasta 1821, siendo el último comandante español de la fortaleza de San Juan de Ulúa.

Fuerzas militares y navales pro-insurgentes (corsarios) en los territorios y mares fronterizos del noreste de Nueva España, 1813-1819

De acuerdo al estudio realizado por Johanna von Grafenstein (Instituto Mora) y Julio César Rodríguez Treviño (Universidad Autónoma de Baja California Sur), en los años 1768 y 1769 el visitador José de Gálvez viajó a las provincias del noroeste de Nueva España con el propósito de aplicar una serie de medidas destinadas a la secularización de las misiones jesuíticas. Las fuentes consultadas muestran una estrecha relación entre los escritos del funcionario español y las ideas que, a la sazón, daban calor al debate sobre las virtudes socioeconómicas de fomentar el interés individual y la propiedad privada. Se aborda la relación entre el pensamiento económico europeo y las políticas ilustradas de España durante su aplicación a las colonias americanas.

Corsarios

Composición de las fuerzas armadas que operaban en territorios y mares limítrofes del virreinato

Las fuerzas militares y navales que participaban desde el exterior en la guerra entre realistas e insurgentes en Nueva España tuvieron una procedencia muy diversa. La oficialidad se integraba por estadounidenses, españoles americanos y peninsulares, escoceses, irlandeses, ingleses, franceses e italianos. Las tropas y tripulaciones de los barcos eran en su gran mayoría constituidas por estadounidenses y en menor medida por integrantes de las nacionalidades mencionadas, además de varios cientos de haitianos. En cuanto a la mano de obra mano forzada que tenía que desempeñar trabajos en los barcos y establecimientos terrestres, esa se integraba por esclavos capturados, pero también por prisioneros españoles americanos y peninsulares. Considerando las acciones bélicas en su conjunto entre los años de 1813 y 1819, podemos hablar de miles de individuos que participaban en las mismas, tanto en expediciones terrestres como marítimas. Desde la perspectiva de ambas clases de expediciones, estas acciones dirigidas a las provincias de Texas, las Floridas, colonia del Nuevo Santander, Veracruz y Tabasco, los investigadores analizan estas acciones, para después ocuparnos del llamado corso insurgente.

En relación a las fuerzas terrestres, si bien hubo brotes de insurgencia e intentos de crear gobiernos autónomos y aun independientes en Nuevo Santander, Nuevo León, San Antonio/Texas y Baton Rouge en Florida, a lo largo de los años 1810 y 1811, fue en los dos años posteriores que se formó en Texas y Luisiana una primera fuerza de invasión constituida por combatientes de diversa procedencia. A lo largo de 1812 y primeros meses de 1813, José Bernardo Gutiérrez de Lara, con la ayuda de gran número de promotores externos, logró organizar 450 hombres, casi todos angloamericanos, que conformaban el llamado Ejército Republicano del Norte. Gutiérrez de Lara fue nombrado comandante en jefe de esta fuerza, mientras que su oficialidad se integraba casi exclusivamente por militares formados en su propio país, como Augustus Magee, Samuel Kemper, el capitán Henry Perry, entre otros.

En la defensa de la Bahía del Espíritu Santo donde Gutiérrez de Lara había establecido su cuartel general, sus fuerzas aumentaron considerablemente por el alistamiento de desertores del ejército realista y de indígenas de la zona, mientras que los jefes realistas Manuel de Salcedo y Simón de Herrera, al mando de dos mil hombres fracasaron con su plan de tomar el cuartel insurgente en un sitio que se prolongó cuatro meses. En abril de 1813, Gutiérrez de Lara derrotó a Herrera y Salcedo y tomó la capital de la provincia, la villa de Béjar. Se proclamó la independencia, se creó una Junta Gubernativa que se puede ubicar “dentro de ortodoxia autonomista novohispana”, como observa Virginia Guedea, y se elaboró una constitución que estableció la incorporación del “Estado de Texas” a la República Mexicana y la exclusividad de la religión católica. Estos artículos causaron el descontento de muchos angloamericanos que habían luchado en las filas de Gutiérrez de Lara.

En la defensa de la Bahía del Espíritu Santo donde Gutiérrez de Lara había establecido su cuartel general, sus fuerzas aumentaron considerablemente por el alistamiento de desertores del ejército realista y de indígenas de la zona, mientras que los jefes realistas Manuel de Salcedo y Simón de Herrera, al mando de dos mil hombres fracasaron con su plan de tomar el cuartel insurgente en un sitio que se prolongó cuatro meses. En abril de 1813, Gutiérrez de Lara derrotó a Herrera y Salcedo y tomó la capital de la provincia, la villa de Béjar. Se proclamó la independencia, se creó una Junta Gubernativa que se puede ubicar “dentro de ortodoxia autonomista novohispana”, como observa Virginia Guedea, y se elaboró una constitución que estableció la incorporación del “Estado de Texas” a la República Mexicana y la exclusividad de la religión católica.6 Estos artículos causaron el descontento de muchos angloamericanos que habían luchado en las filas de Gutiérrez de Lara.

La mujer en la Armada Nacional

Las insatisfacciones generadas por la constitución texana de 1813 entre oficiales y tropas aliadas fueron aprovechadas por José Álvarez de Toledo, una de las grandes pero controvertidas figuras de la llamada insurgencia exterior que operaba en los territorios limítrofes y en Estados Unidos mismo, a lo largo de la segunda década del siglo XIX. Toledo logró hacerse del mando de las tropas desplazando a Gutiérrez de Lara y reproduciendo el mismo esquema de dirección que en el Ejército Republicano del Norte: Álvarez de Toledo era formalmente jefe de las fuerzas armadas, pero el mando efectivo se encontraba en oficiales de origen exterior, en este caso del general Jean Joseph Amable Humbert y del capitán Jean François Achart, ambos franceses y militares con gran experiencia, que habían venido a Estados Unidos en busca de puestos en el ejército sin haberlo conseguido, a pesar de haber participado en varias campañas en la guerra contra Inglaterra.

El ejército defensor de la independencia de Texas se enfrentó, el 17 de agosto de 1813, a las tropas realistas comandadas por el brigadier Joaquín de Arredondo en la batalla en el río Medina. Según información proporcionada en la obra de H. H. Bancroft, las tropas insurgentes se componían de 3,150 efectivos (1 700 mexicanos, 850 angloamericanos y 600 indios aliados); según Arredondo, sus “1,600 valientes soldados”11 se enfrentaban a 3,200 “perversos enemigos”. En esta batalla los insurgentes fueron derrotados, muchos de ellos murieron, otros fueron apresados y ejecutados o condenados a prisión. De los angloamericanos que lograron huir, sólo 93 llegaron a Natchitoches.

Después de la frustrada creación de un Texas independiente, hubo muchos planes de invasión a territorios novohispanos cuyo fin iba a ser la derrota de los realistas y la independencia de ciertas regiones y, finalmente, de todo el virreinato. En las noticias que circulaban sobre estos proyectos se exageraba por lo general grandemente el número de soldados que iban a participar en ellos. La voluntad de destacar la importancia de la labor de propaganda y reclutamiento en Estados Unidos y también el deseo de inspirar optimismo en cuanto a la posible ayuda exterior pueden haber sido factores que explican estas exageraciones. Así, John Hamilton Robinson hacía circular la información que tenía planeado atacar las Provincias Internas con 10,000 hombres. El Correo Americano del Sur hablaba de 20,000 hombres que habían sido enviados por las “provincias unidas” (es decir, Estados Unidos) para ayudar a los insurgentes. En una carta dirigida a las autoridades insurgentes del centro, Gutiérrez de Lara se refiere también a 20,000 hombres “bien armados, buenos oficiales de grandes talentos y dignos de la confianza de VM.” que podría reunir para volver a atacar a Texas si tuviera recursos suficientes.

En mayo de 1814 el general Humbert escribía sobre un proyecto de invasión y liberación de Nueva España. Con base en una alianza en la que deberían participar jefes insurgentes y patriotas de Caracas, Santa Fede Bogotá y San Salvador, Humbert planeaba un desembarco en Tampico y Altamira para desde allí conquistar las Provincias Internas y más tarde, “en una acción conjunta con Rayón penetrar a la capital para proclamar la independencia general”. En 1817, el cónsul español en Nueva Orleans denunció en una Representación dirigida al virrey que se estaba preparando una aglomeración de 11,000 hombres, entre angloamericanos, insurgentes mexicanos e indios, que debía formar un gran cerco desde Nuevo México hasta la costa de Texas, incluyendo una fuerza marítima. De estos vastos planes sólo se realizó un desembarco por parte de Humbert en Nautla en junio de 1814 y un breve internamiento a las provincias de Veracruz y Puebla que tenía como fin entrevistarse con los jefes insurgentes, pero que terminó con la retirada precipitada del general quien por cierto venía con el falso título de ministro plenipotenciario del gobierno de Estados Unidos.

Francisco Javier Mina

En abril de 1817, después de los quiméricos planes de reunir decenas de miles de combatientes para liberar al virreinato novohispano con fuer-zas reclutadas en el exterior, se concretó la llegada de un grupo de combatientes bajo el mando del liberal español Xavier Mina. El reclutamiento de sus fuerzas en Inglaterra, Estados Unidos y Haití, muestra la heterogeneidad que prevalecía en estos grupos armados que desde afuera buscaban incidir en la suerte de Nueva España en la segunda década del siglo XIX. En Londres mismo, Mina sólo pudo embarcarse con unos veinte oficiales, ingleses y españoles, número que pensaba multiplicar en Estados Unidos.18 Efectivamente, en Baltimore, Nueva York y Filadelfia logró reunir un número apreciable de seguidores, entre soldados y oficialía, pero las noticias de la muerte de Morelos y la disolución del congreso en México llevaron a que muchos abandonaran el proyecto. La incertidumbre sobre la situación en México fue aprovechada por José Álvarez de Toledo, quien para estas fechas ya había cambiado de bando y se desempeñaba como espía bajo la orden del caballero Luis de Onís, ministro plenipotenciario de España en Estados Unidos. Onís y Álvarez de Toledo lograron entorpecer los esfuerzos de Mina por enrolar de nuevo voluntarios en las ciudades costeras del este de la Unión Americana y conseguir mayores recursos pecuniarios. La confusión que causaban ambos entre la comunidad mercantil de estas ciudades, así como las dificultades de disimular la actitud comprometida de las autoridades gubernamentales llevaron finalmente a Mina a abandonar Baltimore y dirigirse a Haití adonde ya se habían adelantado una corbeta de 22 cañones y una goleta con 250 oficiales y sargentos.

En Puerto Príncipe Mina se reunió con Simón Bolívar en la casa del comerciante inglés Robert Sutherland. De nuevo surgieron problemas, un huracán hizo destrozos en dos de los barcos de la flotilla de Mina y muchos de sus reclutas estadounidenses desertaron, una merma que afortunadamente fue suplida por un grupo de tripulantes de un barco francés que también se encontraba anclado en el puerto. En diciembre de 1816 Mina abandonó Haití, tomó rumbo a Galveston donde permaneció hasta marzo del año siguiente, compartiendo el mando de la isla con el comodoro Luis de Aury.22 Mina aprovechó su estancia en Galveston para ejercitar a sus fuerzas; se trasladó en dos ocasiones a Nueva Orleans para comprar otros dos barcos, reclutar gente y hacerse de provisiones. El 27 de marzo tomó vela rumbo a costas novohispanas, acompañado por Luis de Aury quien, sin embargo, no se unió al español en su aventura mexicana.23

Mina era un militar experimentado que había combatido en la guerra de independencia de España hasta su captura y prisión en Francia (1809-1814). El joven Mina había hostigado a las tropas francesas en las montañas de Navarra en una eficaz guerra de guerrillas que le había granjeado gran fama. Sin embargo, la empresa de Mina en Nueva España se veía desde el principio afectada por la necesidad de desembarcar en un punto alejado de las provincias donde todavía estaban activos grupos de insurgentes. Los anuncios, a lo largo de 1816, de la pronta llegada de Mina a Nueva España habían causado en el campo realista gran alarma y llevado al virrey Juan Ruiz de Apodaca a poner en marcha una importante ofensiva, entre octubre de 1816 y abril del siguiente año, para despojar a los insurgentes de los pequeños puertos que tenían en su poder en la costa de Barlovento de Veracruz, como Nautla, Tecolutla y Boquilla de Piedra(s) entre varios puntos y barras más.

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Los corsarios servían a los insurgentes mexicanos y patriotas sudamericanos para el transporte de producciones locales y metales preciosos que intercambiaban por armas, municiones y otros pertrechos en el exterior, esto es, puertos estadounidenses y antillanos, especialmente los de las is-las neutrales, como las danesas, suecas y holandesas. Los barcos corsarios también eran útiles para el transporte de emisarios y agentes, el envío y recepción de correspondencia y de ejemplares de prensa, en suma, para facilitar la comunicación con el exterior. En este sentido el servicio brindado por los corsarios a los independentistas de la América española era de gran valor. En el caso de la Nueva España, los puertos que servían a los insurgentes para tal propósito eran las ya mencionadas localidades de Nautla, Tecolutla, Boquilla de Piedra(s), así como varias barras y puntos que tenían en su poder entre 1812 y 1817. Sobre el particular escribe el virrey Juan Ruiz de Apodaca: “Después de mi llegada a Veracruz, di órdenes de expulsar a los rebeldes de Boquilla de Piedras” que era el principal punto de comunicación con los Estados Unidos, donde barcos de Nueva Orleans y llegaban cada día.

Otro de los objetivos que perseguían insurgentes y patriotas con el corso era la posibilidad de hacerse de embarcaciones y mercancías para su venta. En este sentido José María Morelos dio en julio de 1815 a Elías 6,000 pesos para que con otros 6,000 que éste aportara, habilitara un barco para el corso y “de las presas que hiciese, daría la mitad al Congreso, a más del casco de los buques y su armamento que le cedería por entero”. Sobre Xavier Mina circularon rumores de que estaba armando corsarios para hacerse de recursos con el fin de pagar los préstamos que comerciantes estadounidenses le habían concedido, rumores que William Davis Robinson desmiente en su obra. Según este autor, se pidió a Mina, mientras que estaba en Esta-dos Unidos, que diera su apoyo para habilitar corsarios para la América del Sur, oferta que le hubiera asegurado ingresos ventajosos. Robinson asegura que el general español rechazó con indignación su supuesta intención de “querer saquear a sus compatriotas inofensivos.” Cuando el general Humbert y su gente llegaron a Nautla en junio de 1814 con el fin de entrevistarse con Morelos y someterle un plan general de invasión al virreinato, “habían [en el camino] echado a pique una goleta de Tuxpan que caminaba para Veracruz cargada de harinas y pilón” reporta el comandante del lugar, José Antonio Pedroza.73 En este caso se ve una especie de combinación entre empresas filibusteras y corsarias con el fin de hacerse de ingresos.

Incidencia en el curso de la guerra civil y creación del estado independiente de México

En primer lugar habría que mencionar en este apartado el costo de la movilización de tropas desplegadas por los realistas con el fin de combatir a los grupos de insurgentes y sus aliados externos en la frontera nororiental del virreinato. La breve conquista de la capital de Texas por el Ejército Republicano del Norte, una fuerza de invasión compuesta por texanos, angloamericanos e individuos de otra procedencia, incluidos grupos numerosos de indios, causó estragos en el ejército realista de las Provincias Internas e hizo necesaria una contraofensiva costosa por parte de Joaquín de Arredondo; el combate de la expedición de Xavier Mina, por su parte, costó al erario real un millón de pesos fuertes, según cálculos de H. G. Warren. Posteriores expediciones de invasión en la frontera norte y este del virreinato fueron neutralizadas con un esfuerzo menor, o no se realizaron del todo, pero de todos modos fueron causa de movilizaciones de tropas y fuerzas navales. También la prevención en el exterior de todos estos planes de invasión cuyas bases eran estadounidenses, antillanas o ubicadas en el Golfo de México, costó al erario real grandes sumas, sobre todo al novohispano, ya que el dinero para financiar las actividades de contra espionaje de don Luis de Onís en Filadelfia y de sus cónsules en los puertos de la Unión Americana provenía de la caja real de México y ocasionalmente de La Habana. El situado destinado anualmente a la legación española en Estados Unidos ascendía a 50,000 pesos fuertes.

Más perjudiciales que las invasiones o amenazas de incursiones armadas fueron aun las acciones de las fuerzas navales vinculadas a los insurgentes novohispanos y demás colonias españolas en rebelión. Una cuantificación de los daños a particulares y erario real sólo puede ser indicativa, ya que los datos existentes, si bien profusos, son imposibles de ser sistematizados. Las presas hechas por corsarios del Río de la Plata hasta 1821 eran valuadas en millones de pesos, asegura Winkler Bealer; el valor de presas individuales podían alcanzar 200,000 pesos; el estado de las demandas para obtener la restitución de embarcaciones españolas llevadas por corsarios a Estados Unidos que ofrece Luis de Onís en 1818, menciona valores que oscilan entre 55,000 y 100,000 dólares por barco. Para combatir el corso insurgente, Fernando VII emitió en 1816 ordenanzas de corso. También se estrechó la vigilancia de las costas y barcos particulares navegaban armados para defenderse de los ataques. Todo ello significaba la erogación de grandes sumas.

Para los insurgentes, la presencia de tropas aliadas en el noreste del virreinato y de corsarios en el Golfo de México significó la llegada de refuerzos humanos y materiales. Entre 1812 e inicios de 1817, por sus costas se internaban militares experimentados; el control de puertecillos a barlovento de Veracruz, pero también más al norte y a sotavento del puerto, fortalecía a los insurgentes sobre todo porque permitía la entrada de corsarios que frecuentemente traían armas, municiones y otros pertrechos. En abril de 1813, el virrey Javier Venegas hacía hincapié sobre planes de Morelos de abrir canales de comunicación para introducir armas estadounidenses por la costa de Tabasco, y “otros medios para continuar sus proyectos revolucionarios.” Ignacio López Rayón, por su parte, hablaba de la necesidad de tomar Tuxpan y preservar Nautla y Tecolutla “donde puedan entrar y salir las embarcaciones con los socorros de nuestros aliados.” En 1816, el virrey Juan Ruiz de Apodaca informaba sobre los puntos fortificados por los insurgentes, entre ellos Boquilla de Piedra, por donde éstos se comunicaban con los “piratas y facciosos de la Luisiana que les suministraban armas, municiones, gente y todo género de auxilios”. En 1817, Lacarrière Latour escribe en nombre de los hermanos Lafitte en su carta al intendente de La Habana que, así como la insurrección de México fue el principio de los enjambres numerosos de corsarios que infestan el golfo, “asimismo éstos mantienen la insurrección proporcionando armas, municiones y víveres, y ayudando muchas veces con su experiencia, su valor, y sus facultades a las partidas insurgentes, que se hallan en las inmediaciones de sus establecimientos”.

Más allá del efectivo apoyo al campo insurgente desde el exterior había un elemento que se podría clasificar como el efecto psicológico de la ayuda externa, supuesta o real. Ya lo había destacado el virrey Félix María Calleja en años anteriores y lo reiteró Apodaca en 1818 cuando escribe: “No tengo dudas de que la revuelta se hubiera extinguido ya del todo, si los insurgentes no habrían mantenido viva la esperanza de que serán asistidos por los Estados Unidos. Desde el principio, contaban con esta nación como su principal benefactor”.

Sin embargo, a pesar de los casos de incidencia mencionados y de las grandes expectativas que despertaron, las fuerzas militares y navales activos en la frontera noreste de Nueva España y vinculadas a la insurgencia novohispana no lograron alterar el curso de la guerra ni influir en el resultado final.

La proclamación de la independencia y la constitución de Texas preveían la incorporación a la República Mexicana, pero la lejanía de la provincia y la brevedad del proceso impidieron que tuviera un impacto en los acontecimientos en el centro del virreinato. Mina traía gran cantidad de material bélico y una oficialidad entrenada, pero el primero se convirtió en un estorbo —significó el desvío de hombres y recursos para su custodia en Soto la Marina—, la segunda no fue bien vista por los líderes insurgentes del norte-centro donde Mina y su gente operaron y una integración efectiva entre las fuerzas aliadas externas y los locales no se logró. Había desconfianza mutua, rivalidades por el mando, lealtades inciertas que contribuyeron al fracaso de la expedición. En otras expediciones no se cumplieron las expectativas, como en la empresa anunciada por Jean Joseph Amable Humbert en 1814.

En cuanto al corso, el daño al comercio español fue significativo por la frecuencia de los ataques y el radio de acción tan amplio. Éste se extendía por gran parte del Atlántico norte, incluyendo las aguas de Cádiz, del Golfo de México mar Caribe y, ocasionalmente, el Atlántico Sur, en aguas americanas y aun cerca de África, si incluimos algunos ataques a barcos de la Compañía de Filipinas que circunnavegaban el cabo de Buena Esperanza en su camino a Asia, aparte del corso practicado por corsarios chilenos y del Río de la Plata en el Pacífico. Pero, si bien las ganancias de presas permitían un modus vivendi a armadores y propietarios de barcos, capitanes y tripulaciones, sólo en contadas ocasiones llegaban a las arcas de los gobiernos que emitían las patentes. Lewis Winkler Bealer muestra en su libro que muy pocos de los corsarios armados con patentes de Buenos Aires fueron llevados a este puerto por lo que los beneficios para el gobierno independiente eran reducidos. La mayoría de los barcos capturados fueron llevados a puertos neutrales. Por otra parte, José Manuel Herrera se mostraba pesimista sobre la posible ayuda por parte de los corsarios para asegurar el puerto de Nautla. “[…] sólo se pudiera echar mano de los corsarios que han apostado por nuestras costas, pero éstos además de que no son muy puros en su manejo y de que su auxilio sería muy mezquino, están impedidos al presente por las acusaciones que se les ha formado […]” A diferencia de lo apuntado en lo anterior, las actividades realizadas bajo el mando de Luis de Brión tenían un compromiso más claro con la causa independista, ya que, como comandante de las fuerzas navales de Venezuela, Brión financiaba a varias campañas de Simón Bolívar con los recursos obtenidos por el corso.

Conclusiones

En este trabajo se dieron evidencias documentales que permiten fijar tentativamente entre 15,000 y 20,000 el número de individuos que se involucraron en expediciones a territorios limítrofes en el noreste del virreinato, así como en el corso marítimo que tenía al comercio español como blanco de ataque y a los incipientes gobiernos independientes de América al sur del río Bravo como instancias legitimadoras. Asimismo, se pudo demostrar que numéricamente fueron más importantes los participantes en las actividades depredadoras en el mar que en las terrestres. Una característica importante de las actividades proinsurgentes tratadas en el trabajo es la participación de individuos de diversa procedencia en ellas, pero con predominancia clara de ciudadanos estadounidenses.

La composición heterogénea de las tropas y fuerzas navales insurgen-tes en el norte y este del virreinato llevaron a conflictos internos que muchas veces se convertían en obstáculo para llevar a cabo exitosamente las operaciones en el mar y los planes de ataque a ciudades y plazas militares en poder de los realistas, como se pudo apreciar en los casos específicos tratados en el trabajo.

Con respecto a la incidencia en el curso de la guerra y su desenlace final, se discutieron los elementos que causaron daño considerable a las fuerzas realistas —terrestres y navales— y sobre todo al comercio español. El gran número de documentos relativos a las actividades insurgentes y de sus aliados externos en las zonas limítrofes del virreinato, atestiguan este impacto que se tradujo en pérdidas humanas, materiales y en dinero líquido para el fisco y particulares. Por otra parte, se vio en este trabajo que en su momento las autoridades constituidas del campo insurgente promovieron actividades bélicas en el exterior y regiones limítrofes, enviaron emisarios para buscar el reconocimiento oficial de gobiernos externos y dar a conocer su causa en el exterior, compraron armas y pertrechos de guerra y emitieron los documentos necesarios para la legitimación del cor-so. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de vincular los planes de ataque en las fronteras septentrionales y orientales del virreinato —concebidos, financiados y equipados con la ayuda externa— no se logró una vinculación efectiva que hubiera impulsado significativamente la causa insurgente. Tampoco podemos decir que el corso haya aportado recursos de importancia puesto que en la mayoría de los casos la venta de mercancías apresadas en las acciones marítimas benefició únicamente a los corsarios mismos, es decir a los capitanes, tripulaciones y armadores de los barcos. De esta manera, no obstante el gran interés despertado en el exterior por la causa independentista novohispana, las múltiples iniciativas, los daños y beneficios específicos, el desenlace final fue producto exclusivo del pacto entre fuerzas internas.

Fuente: Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

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Raúl Hernández Rivera En el periodismo desde 1966 en Excélsior, y desde 1971 con el tema de comercio exterior en revista Metrópolis 70 (1971-75), periódicos Uno Más Uno (1979), El Financiero (1983-84), Heraldo de México (1986), El Universal (1986-88), El Economista (1989-91), Asociación de Mexicana de Editores de los Estados (1994-97) y Agencia Mexicana de Información (1997-99). Revistas: de la Comisión Nacional Coordinadora de Puertos (de la Secretaría de la Presidencia de la República en 1976, Mi Ciudad (1982). Técnica y Humanismo (CONALEP en 1982); BARLOVENTO, (propia) sobre comercio exterior y Visión (1992-95). Otras actividades: Impartición de seminarios, cursos y conferencias sobre comercio exterior en el CONALEP SECOFI, Escuela Superior de Economía (IPN), Universidad Autónoma del Estado de México, ENEP Aragón y Acatlán Universidad de Colima y Universidad del Nuevo Mundo. Organizador de 36 viajes de prácticas a los principales puertos marítimos mexicanos. Asistencia a más de 20 diplomados sobre temas económico y político. Realización de 17 estudios especializados en materia de comercio exterior conjuntamente con estudiantes: "Ríos navegables en México", "El envase, empaque y embalaje", "Transporte de carga en FF.CC", "El Impacto de las comunicaciones y los transportes en el área de influencia del puerto de Manzanillo", entre otros. Coordinador del 1°, 2° y 3° Diplomado "El Concepto Integral del Comercio Exterior" en las LVI, LVII y LIX Legislaturas de la Cámara de Diputados. Director del Centro Cultural y Artesanal Xochicalco (1999-2001) desde donde se enviaron a Viena, Austria, seis contenedores de 40 toneladas cada uno de artesanías, beneficiando a más de dos mil artesanos mexicanos. Actualmente escribe los libros: Sobre puertos y marina mercante mexicanos, “Barlovento, crónica del saqueo”; “Maltratados por los Tratados mal tratados”. Una crítica mordaz sobre los tratados, convenios y acuerdos que nuestro país ha firmado en su historia, y “Comercialización, la gran ausente en el comercio exterior mexicano” sobre la carencia de una cultura de comercio exterior.

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